EPILOGO LA SECRETARIA DEL JEQUE, CUATRO AÑOS DESPUÉS...



LUANA
Tras asegurarme de que nadie pueda verme entro en su despacho andando de puntillas.
Me acerco al escritorio y abro el gran cajón donde Zadir guarda sus contratos y donde estoy segura que ha ocultado la agenda. A poco de revisar la encuentro casi al fondo, debajo de un montón de papeles.
Niego con la cabeza mientras repaso a toda prisa los compromisos de mi esposo durante los próximos días. ¡Lo sabía! ¡Se le ha olvidado! Resoplando cojo un bolígrafo y apunto el horario de la reunión con los inversionistas europeos en mi libreta.
Después de volver a dejar la agenda en el sitio donde la encontré regreso sobre mis pasos pero a la mitad me detengo haciendo una mueca de dolor y agarrándome la barriga redonda con las dos manos. Es la niña otra vez, y está pateando como si estuviera en un partido de fútbol. Menuda fuerza, pienso mientras me acaricio el vientre con una sonrisa, tratando de transmitir a mi nueva hija toda mi paz y cariño.
Me enderezo de repente levantando la cabeza porque me ha parecido oír ruidos fuera. Madre mía, tengo que salir del despacho antes de que…
—¿Mamá? ¿Estás aquí?
¡Oh, no, me han pillado! Miro hacia la puerta del despacho y me paralizo en el sitio al ver que ha quedado entornada y dos cabecitas morenas se asoman para mirar dentro. Al verme sus ojos se abren con alegría. Corriendo como una tromba los gemelos se abrazan a mis piernas y gritan a pleno pulmón.
—¡Mami! ¡Mami!
—¡Con cuidado, niños!
Les atajo con mis brazos y enseguida levanto la mirada para ver a Zadir que se acerca a nosotros con Dalila en brazos, nuestra niña más pequeña.
Dumar, uno de los gemelos, tira de mi falda mirándome con su carita llena de chocolate.
—Papá se ha enfadado porque nos ha pillado comiendo pastel. ¡Es muy mandón! —se queja y no puedo evitar sonreír de oreja a oreja.
—Ni que me lo digas a mí.
Zadir frunce el ceño acercándose a nosotros y cogiéndome por la cintura se dirige a los peques.
—¡Os oigo, diablillos! ¿Acaso ya no me teméis? —dice hinchando el pecho y poniendo cara de ogro.
Los gemelos se echan a reír a carcajadas y se desprenden de mí para abrazarle las piernas a su padre.
—¡Papá, haznos el oso, porfa!
Mi esposo se agacha de repente para hacer cosquillas a los niños mientras gruñe como un oso hambriento. Los gemelos ruedan en el suelo partiéndose de risa.
Zadir sonríe mirando a sus hijos jugar felices, y tras volver a erguirse me mira con los ojos entrecerrados.
—¿Qué hacías aquí, nena?
Siento mis mejillas arder y bajo la vista murmurando.
—Solo quería comprobar que todo estuviera ordenado para mañana…
Él levanta una ceja y me mira con incredulidad. Sé que sabe que le estoy mintiendo. ¿Cómo narices lo hace? ¡Es como si pudiera leer mis pensamientos! Dejo caer mis brazos a los costados y le miro a los ojos. En los años que llevamos juntos jamás he podido sostener ni la más insignificante mentirijilla porque mirar sus ojos para mí es como tomar el suero de la verdad. Una sola de sus miradas basta para desarmar cualquier intención de engañarle.
—Vale —digo al fin reconociendo que me ha pillado—, he venido porque estaba segura que te habías olvidado la cita con los inversores suizos.
Mi esposo me mira seriamente, frunciendo el ceño y atrayéndome hacia sí para pegarme a su cuerpo de forma posesiva.
—¿Qué habíamos dicho? ¡No más oficina hasta que nazca la niña!
Baja su mirada hacia mi tripa prominente y una amplia sonrisa le ilumina la mirada. Instintivamente me llevo una mano al vientre y él mete la suya bajo mi blusa, y con su palma áspera empieza a acariciar mi vientre desnudo haciendo que entorne los ojos al sentir su tacto tan masculino.
—Lo siento —abrazándome a él hundo mi nariz en su cuello y aspiro el aroma de su loción de afeitar, tan embriagador que me hace gemir interiormente. Luego levanto mi cabeza y le sonrío—. Es que sin mí eres un auténtico desorden con patas.
Los gemelos se miran al oír mi descripción de su padre. El pequeño Zadir empieza a repetir sin parar.
—¡Un desastre con patas!
Ambos se parten de la risa y Zadir se lleva las manos a la cintura y les fulmina con la mirada. Los niños de inmediato pierden la sonrisa y enderezan sus cabecitas como si estuvieran delante de un general.
—Muy gracioso, jovencitos.
Reprimo la sonrisa al verles. Saben que cuando su padre se dirige a ellos de esa manera, es que está a punto de enfadarse.
—Lo siento, papá —se disculpan los gemelos a coro.
Mi esposo suaviza su expresión y les revuelve el pelo con una mano. Cuando mis hombros empiezan a sacudirse de la risa contenida, él se vuelve hacia mí levantando una ceja.
—¿Qué es tan gracioso?
Sonriente meneo la cabeza.
—Es que sois como dos gotas de agua.
Zadir se sonríe de lado.
—Querrás decir tres gotas de agua —dice levantando a los gemelos uno en cada brazo—. ¿A que sí?
Me echo a reír encantada y les abrazo a mis tres hombres plantándoles un beso sonoro en la mejilla a cada uno.
Zadir vuelve a poner a los gemelos en el suelo y juguetón les da una suave nalgada a cada uno.
—¡Venga, andando, no hagáis esperar al abuelo!
Los niños salen pitando del despacho escaleras abajo. En los jardines les esperan mis padres que se llevarán a sus nietos, y también a Hami, a quien consideran como una nieta más, a pasar el fin de semana a Nueva Macedonia.
Sé que Zadir está algo celoso porque sospecha que Hami está empezando a salir con un chico de allí. Se siente tan orgulloso de su sobrina, pero no puede con su genio. ¡Es un oso posesivo y se pone de muy mal humor cuando alguien de fuera quiere entrar en nuestra familia!
Para mí Hami es una hija más. A los niños les fascina pasar el tiempo con ella explorando las tierras de los abuelos, que para ellos son tan exóticas como para mí lo eran las tierras de Nueva Abisinia cuando llegué por primera vez a tomar el puesto de secretaria.
Me sonrío porque aún después de tanto tiempo sigo encantada de ser la secretaria del jeque. He acabado cogiéndole el gusto al puesto, tanto que en momentos como estos en los que debo abandonarlo temporalmente me cuesta horrores desconectar.
Es que es una actividad que me llena tanto como mi trabajo en el instituto de arte infantil de Nueva Abisinia. A Zadir no le gusta que trabaje tanto, pero yo no lo siento como una carga. Al contrario, es un honor poder servir a este pueblo de gente abierta y sincera que me ha aceptado como su soberana sin pedirme nada a cambio.
Al advertir que Zadir me está observando con un gesto interrogante me estiro para abrazar su cuello poniéndome de puntillas para besarle. Él gime mientras me saborea acariciando mi trasero y cuando nos separamos nos quedamos mirándonos durante varios segundos antes de salir del despacho cogidos de la mano. Nuestras alianzas de oro aún relucen con el mismo brillo que nuestro amor, que no se ha opacado en absoluto sino que brilla cada vez con más fuerza ahora que somos tantos en la familia. ¡Una familia numerosa tal como Zadir la soñaba! La verdad es que a veces tengo que pellizcarme para asegurarme de que no sea un sueño.
Nos despedimos de los niños y nos quedamos mirando el horizonte mientras el helicóptero se pierde a lo lejos.
Zadir me mira de repente con un brillo malicioso en los ojos.
—Conozco esa mirada —le digo poniendo los ojos en blanco y fingiendo enfado, aunque interiormente estoy dando saltitos de alegría. ¡Se siente tan bien mantener el mismo deseo apasionado del primer día!
Él gruñe como un cavernícola y me levanta en brazos.
—¡Cuidado con la niña! —le advierto sujetándome la barriga con las manos.
Zadir toma mi boca con un deseo tan ardiente que me corta el aliento. Al separar nuestras bocas tomo aire y sonrío seductora.
—¿Tanto me deseas?
Él me observa de arriba abajo con sus bellos ojos oscurecidos por la necesidad.
—Mi amor, no te imaginas cuánto…
Me abrazo a su cuello mientras él sube la gran escalera dorada hacia nuestra suite cargándome en brazos.
—Te amo —le digo besando el hoyuelo en su barbilla. Ya he perdido la cuenta de cuántas veces se lo he dicho, pero cada vez que lo hago siento la misma emoción.
Él me mira a los ojos.
—Y yo te amo a ti, mi vida, hoy más que nunca —susurra mientras aparta el dosel y luego me deposita en la cama con cuidado, para luego tumbarse junto a mí y empezar a quitarme la ropa de una manera tan sensual que el bajo vientre se me encoge de deseo.
Suspiro porque también he perdido la cuenta ya de las veces que él me ha dicho que me ama durante estos años. Y cada vez que lo hace vuelvo a sentirme la mujer más amada del mundo.
Zadir suele decir que nuestro amor es un ejemplo para nuestros hijos, así como el amor de sus padres ha sido el ejemplo para él.
Eso es lo que mi esposo me ha enseñado, y por ello le estaré agradecida por siempre.
FIN  
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Comentarios

  1. Muchas gracias, tenia muchas ganas de leer esta última parte, me ha encantado �� mil gracias ahora estoy empezando a leer Esposa Humillada. Gracias ��

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  2. Gracias, me encantan tus novelas, me transporto y las disfruto. Ahora voy a leer Esposa Humillada. Gracias mil.

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  3. Me gusto mucho la historia, te felicito.

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  4. Me encantó, me comí el libro que bueno. Me hacia mucha falta un libro que relajará. Mil gracias

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  5. Es una historia muy romántica, me encanta la redacción, se Lee rapidísimo!! Gracias

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  6. Hermosa historia. Gracias x este epílogo. Estoy deseando leer Esposa humillada. Aunq estoy teniendo problemas.

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