EPILOGO ESPOSA HUMILLADA: DIEZ AÑOS DESPUES...



 

NADIA
Palacio de invierno del rey Saúl

Mis niños corretean entre las piernas de su abuelo, y yo no dejo de maravillarme de lo mucho que se ha ablandado mi padre con los años. ¡Sobre todo con la llegada de los nietos! El antiguo rey gruñón y distante se ha convertido en el abuelo más cariñoso del mundo.
En mis brazos tengo a Iris, la peque de dos años que se ha quedado dormida después de horas de jugar con sus hermanos. Miro a mis niños divertida mientras mi padre intenta convencerles de quedarse quietos para intentar contar otra de sus increíbles historias sobre sus días en el palacio cuando era un niño curioso y travieso.
Pese a que las he escuchado mil veces, no dejo de asombrarme con sus anécdotas. Pero al parecer los niños prefieren correr sus propias aventuras a oír los cuentos del abuelo. Evidentemente en eso han salido a su padre, un hombre de acción que no para un momento entre sus deberes oficiales como gobernante de Naan y su numerosa familia.
—¡Oye, mami, mira lo que hago!
Abro los ojos como platos al ver al pequeño Ibriel colgado del inmenso trono de plata del abuelo, dando voces y jugando a que es Tarzán.
—¡Baja ya de ahí arriba! ¡Como te caigas te vas a romper la crisma!
Mi padre echa a reír de buena gana y se acerca a mí con los peques a rastras.
—Deja que el niño se acostumbre al trono. Que aprenda de sus propios golpes, por lo pronto le veo bastante fuerte —me mira ladeando la cabeza y con una chispa de picardía en sus ojos añade—. ¿Sabes a quién empiezas a parecerte?
Pongo los ojos en blanco pensando “aquí viene otra vez”.
—A tu madre, ¡eres el calco de ella!
Sonrío al recordar a mi madre. Es verdad, ella andaba todo el día corriendo detrás de mí tratando de que no ensuciara mis vestidos.
—Ya, papá, pero es que tú les malcrías demasiado —le reprocho juguetonamente.
El rey se encoge de hombros.
—Para eso estamos los abuelos.
Justo en ese momento llega Ibriel con cinco cajas apiladas una sobre la otra. Al verle tan cargado me pongo en pie y corro a ayudarle. Los niños corren detrás de mí y se abrazan a las piernas de su papi.
—Deja, amor, que puedo solo —dice él.
De todas maneras le quito de las manos la caja de más arriba, pero pesa tanto que enseguida debo ponerla en el suelo.
—Madre mía, ¿pero qué traes ahí? ¡Pesa igual que un piano!
Mi esposo sonríe enigmático y, como si no llevara en sus manos más que un montón de almohadas de pluma, transporta las cajas al centro del salón y las coloca sobre la mesa redonda.
—Es una sorpresa.
Los peques abren sus ojos como platos mirando a su padre y enseguida se ponen a saltar y chillar de la alegría.
Oh no, me digo con preocupación, otra de sus sorpresas. La última vez trajo a la casa unas espadas de la Edad Media para que los niños jugaran a los caballeros y dragones. ¡Pero no eran juguetes sino espadas forjadas por un herrero y compradas en una subasta! Tuve que esconderlas en el ático bajo siete llaves para que los niños no las pudieran coger.
—¿Estás seguro que no se trata de nada con lo que los peques se puedan rebanar un dedo, verdad?
Antes de responderme mira a mi padre y los dos hombres intercambian una mirada de complicidad.
Pongo los brazos en jarra y les miro sin poder creérmelo.
—Vaya, ¿y desde cuándo vosotros dos sois tan compinches?
—Tranquila, hija, tu esposo sabe lo que hace. Ya verás que se trata de algo inofensivo.
Los dos hombres comienzan a abrir las cajas, desempacando unas piezas de metal con aspecto peligroso. Entrecierro los ojos, esto no va nada bien, pienso acercándome a la mesa para coger una de las piezas.
Los niños saltan de alegría y la pequeña Iris despierta en mis brazos, mirándome desde abajo batiendo las pestañas con sus grandes ojos dorados, pero enseguida vuelve a dormirse. La pongo en su cuna y le doy un beso en la frente antes de volverme hacia los niños, que rodean a su padre y saltan ansiosos tratando de echar un vistazo por encima del borde de la mesa.
De otra de las cajas Ibriel saca unos caballitos en miniatura pintados de colores y con alivio caigo en la cuenta de que se trata de un carrusel.
Miro a mi esposo con la boca abierta.
—¿Pensáis armar un carrusel en el salón?
Ibriel me guiña un ojo.
—El abuelo nos ha dado permiso, ¿verdad niños?
Los niños gritan de alegría abalanzándose sobre el abuelo que parece estar en el séptimo cielo con tantos mimos. Meneo la cabeza incrédula. ¡Con lo mañoso que es mi padre con sus muebles!
Después de sacar todo y dejarlo ordenado sobre la alfombra, mi esposo se acerca a mí y disimuladamente se inclina sobre mi oído.
—¿Por qué mejor no dejamos que el abuelo se encargue de armar el carrusel? Tú y yo tenemos una cita, ¿recuerdas?
Claro que lo recuerdo, y me pongo como un tomate pensando en ello mientras mi esposo me coge de la mano y me lleva hacia la puerta.
—Portaros bien, niños. Por favor no hagáis enfadar al abuelo.
—¡Sí, mami! —responden los peques a coro.
Ibriel me lleva a los jardines del palacio y nos perdemos bajo la sombra de los abedules, al reparo de miradas indiscretas. Riendo me libero de su mano y echo a correr pero él me coge por la cintura y me acorrala contra un árbol. Respiro con agitación mientras él traza el contorno de mi cuerpo con sus manos fuertes. Ha nevado y hace bastante frío. Puedo sentir la corteza helada sobre mi espalda, pero no me importa porque él tiene en sus ojos esa mirada oscurecida por el deseo que tanto adoro.
—He pensado en ti durante todo el día, ¿sabes?
—Mmm, lo sé, cariño —digo mientras desprendo el botón superior de su camisa y beso su cuello aspirando el aroma de su colonia que me vuelve loca.
Le oigo gruñir de placer sobre mi oído.
—Y he estado pensando que ya es tiempo de encargar otro niño a la cigüeña —añade él.
Me enderezo abriendo los ojos con sorpresa.
—¿Me hablas en serio?
Asiente lentamente con la cabeza.
—Muy en serio, nena. Pero solo si tú lo deseas tanto como yo.
—¡Claro que lo deseo, mi amor! Durante los últimos meses la cabeza me ha dado vueltas con el asunto, solo que no me atrevía a decírtelo.
Él entorna sus ojos y sonríe de lado.
—Pues no esperemos más.
Me muerdo el labio inferior sin poder evitarlo.
—Eres insaciable, majestad. ¿Cuántos niños te bastarán para ser feliz? —pregunto bromeando mientras él levanta mi falda y aprieta mi trasero con sus grandes manos.
—Ya soy un hombre feliz, pero no puedo negar que cada hijo aumenta la felicidad.
—Y los problemas —añado con una sonrisa.
—¡Pero es que la vida sería tan aburrida sin esa clase de problemas!
Río de la felicidad y él me besa con tanta pasión que luego de romper el beso me quedo mirándole sin aliento.
—Te amo, mi vida —gimo con desesperación y le suplico—. Hazme el amor…
Él se sonríe con malicia y baja una mano hasta mi entrepierna. Jadeo cuando él me quita las bragas de un tirón y el aire frío eriza mis partes sensibles. Levanta mi cuerpo y yo me abrazo con las piernas a su cintura, gimiendo al sentir su erección caliente restregarse contra mi centro.
—Con cuidado, mi amor —suplico.
—Haré lo que pueda —gruñe él adentrándose en mí con un movimiento preciso de sus caderas.
Me muevo a mi vez tratando de seguir su ritmo que no tarda en volverse frenético. Me encanta sentir su respiración salvaje en mi oído, saber que aún puedo provocarle tanto deseo como el primer día. Paso mis manos por su espeso pelo negro mientras la presión en mis entrañas se vuelve casi insoportable y echo mi cabeza hacia atrás al sentir que el clímax está tan cerca. Mi sangre se vuelve fuego y aúllo de placer cuando mis sensaciones explotan de repente en un orgasmo intenso y desgarrador. Mi esposo reclama mi boca con vehemencia y yo le correspondo mientras mi cuerpo se estremece entre sus brazos. Al acabar le miro orgullosa, sabiendo que nuestra pasión sigue intacta.
—Gracias por haberme dado una familia —susurro en su oído tras calmarme.
—Prometo cuidarte para siempre y poner a tus pies todo lo que desees.
—Solo deseo estar contigo y con los niños. El tiempo y el amor que tú me das vale oro. No echo en falta nada más.
Ibriel sonríe.
—Suena perfecto para mí.
Regresamos al palacio cogidos de la mano como novios, riendo y bromeando, y antes de entrar nos llega la risa de los niños y la música del carrusel que escaleras arriba ya ha comenzado a girar.
FIN
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